Desde Enero del 2003 vivo en Europa. Experiencia totalmente diferente para alguien acostumbrado a los códigos y olores de Buenos Aires.
Llegué como tantos otros bailarines, de gira, buscando nuevos horizontes. No era la primera vez que estaba en Europa. Y conocía las posibilidades que ofrecía, pero también los desalientos que genera, sobre todo cuando uno empieza a jugar de local. Ya había vivido en Madrid en el 96 dando clases de tango. Y había comprendido que no importa cuanto hayas hecho antes: si te radicás en un nuevo lugar hay que empezar de nuevo. Lo anterior sirve como experiencia. Pero no garantiza nada.
Y aunque no tenia previsto quedarme me quedé. No tenia al principio muy claro dónde encontraría mi rumbo, ni cual sería mi estrategia. Deambulé un tiempo, intentando intuir cuál era mi lugar, Francia, España la tierra de mi madre. Hasta que llegué a Suecia.
Hasta entonces Suecia era un lugar remoto que sólo existía para mi en los mapas, uno de los lugares más fríos del planeta.
Para quien ha intentado empezar de nuevo en algún lugar no es nuevo escuchar los problemas de idioma (a pesar de mi inglés bastante bueno) de racismo (a pesar de tener en mi mano un pasaporte europeo desde que tengo 12 años) y de adaptación en general ( inviernos con nieve y pocas horas de luz, horario de cena a las 6 de la tarde, estricto cumplimiento de las normas sin importar lo absurdas que resulten en determinadas situaciones).
Tampoco es nuevo para los artistas que cambian de lugar escuchar de otros problemas como la competencia absurda que se genera obstaculizando cualquier intento, cualquier proyecto. Las cosas más sencillas, que en Buenos Aires se resolvían con un simple intercambio de llamados telefónicos, se vuelven interminables e imposibles de resolver sin contar con ayuda de alguien imbuido en la cultura local.
La imagen que tenía de Suecia, como un país de avanzada se confirmó en gran parte. Pero cuando empecé a escarbar un poco, debajo de esa fachada impecable me encontré con una realidad no muy distinta a la nuestra, a nuestro conocido estilo sudamericano. La cultura en manos de muy pocos, por supuesto suecos, el presupuesto cultural bajísimo ( se invierte más dinero en sueldos, si sueldos, para que las madres tengan hijos, que en cultura) El amiguismo flotando por doquier. Los estipendios y becas culturales sólo destinados a los locales.
Decidí que no había manera de luchar contra eso. Pero no por eso huí. Me quedé, y fui creando muy de a poco y como pude mi pequeño, minúsculo espacio, mi lugar de trabajo, sin pedir ninguna clase de ayuda, sin confiar nada más que en mi esfuerzo y mi talento. He trabajado innumerables horas sólo para conseguir un lugar. Y esto lo cuento para aquellos que dicen: "Ah, estando en Europa todo es más fácil" o "irse de gira es solamente tomar un tren y cruzar de un país al otro en una hora"
Una vez Gavito me dijo en la Milonga del Ángel en Nimes: "Piba, para qué te vas a quedar a vivir acá? Nunca te van a respetar siendo local"
Seguramente esas palabras eran muy atinadas en ese momento y podrían haber cambiado mi vida, y hoy estaría milongueando en Buenos Aires y trabajando con los turistas que llegan allá.
Pero los partidos se ganan de local o de visitante, se ganan por el esfuerzo, por los años que ha invertido uno en ganarlos. Nada es gratis, y menos en una actividad tan competitiva como se ha vuelto hoy el tango. Claro, además está la suerte personal de cada uno, que va marcando otras cosas en la vida, marchas y contramarchas. Y también esta la habilidad para el marketing, la forma de vender ese producto que es uno mismo.
Así que he dejado de pensar si conviene ser local o visitante. Nada esta garantizado de ninguna manera. Lo único a lo que podemos apostar es a nosotros mismos.
Por ahora, por hoy, en este instante....Eso es lo que cuenta. El pasado paso y el futuro no nos pertenece....lo único real es el presente, este instante. Y hoy estoy acá. Y voy a bailar con todas mis fuerzas, con toda mi pasión, con todos los años de milongas que llevo sobre mis hombros, y con el siglo de tango que me llevó a estar hoy aquí. Bailar el mejor tango de mi vida, a cada instante
Llegué como tantos otros bailarines, de gira, buscando nuevos horizontes. No era la primera vez que estaba en Europa. Y conocía las posibilidades que ofrecía, pero también los desalientos que genera, sobre todo cuando uno empieza a jugar de local. Ya había vivido en Madrid en el 96 dando clases de tango. Y había comprendido que no importa cuanto hayas hecho antes: si te radicás en un nuevo lugar hay que empezar de nuevo. Lo anterior sirve como experiencia. Pero no garantiza nada.
Y aunque no tenia previsto quedarme me quedé. No tenia al principio muy claro dónde encontraría mi rumbo, ni cual sería mi estrategia. Deambulé un tiempo, intentando intuir cuál era mi lugar, Francia, España la tierra de mi madre. Hasta que llegué a Suecia.
Hasta entonces Suecia era un lugar remoto que sólo existía para mi en los mapas, uno de los lugares más fríos del planeta.
Para quien ha intentado empezar de nuevo en algún lugar no es nuevo escuchar los problemas de idioma (a pesar de mi inglés bastante bueno) de racismo (a pesar de tener en mi mano un pasaporte europeo desde que tengo 12 años) y de adaptación en general ( inviernos con nieve y pocas horas de luz, horario de cena a las 6 de la tarde, estricto cumplimiento de las normas sin importar lo absurdas que resulten en determinadas situaciones).
Tampoco es nuevo para los artistas que cambian de lugar escuchar de otros problemas como la competencia absurda que se genera obstaculizando cualquier intento, cualquier proyecto. Las cosas más sencillas, que en Buenos Aires se resolvían con un simple intercambio de llamados telefónicos, se vuelven interminables e imposibles de resolver sin contar con ayuda de alguien imbuido en la cultura local.
La imagen que tenía de Suecia, como un país de avanzada se confirmó en gran parte. Pero cuando empecé a escarbar un poco, debajo de esa fachada impecable me encontré con una realidad no muy distinta a la nuestra, a nuestro conocido estilo sudamericano. La cultura en manos de muy pocos, por supuesto suecos, el presupuesto cultural bajísimo ( se invierte más dinero en sueldos, si sueldos, para que las madres tengan hijos, que en cultura) El amiguismo flotando por doquier. Los estipendios y becas culturales sólo destinados a los locales.
Decidí que no había manera de luchar contra eso. Pero no por eso huí. Me quedé, y fui creando muy de a poco y como pude mi pequeño, minúsculo espacio, mi lugar de trabajo, sin pedir ninguna clase de ayuda, sin confiar nada más que en mi esfuerzo y mi talento. He trabajado innumerables horas sólo para conseguir un lugar. Y esto lo cuento para aquellos que dicen: "Ah, estando en Europa todo es más fácil" o "irse de gira es solamente tomar un tren y cruzar de un país al otro en una hora"
Una vez Gavito me dijo en la Milonga del Ángel en Nimes: "Piba, para qué te vas a quedar a vivir acá? Nunca te van a respetar siendo local"
Seguramente esas palabras eran muy atinadas en ese momento y podrían haber cambiado mi vida, y hoy estaría milongueando en Buenos Aires y trabajando con los turistas que llegan allá.
Pero los partidos se ganan de local o de visitante, se ganan por el esfuerzo, por los años que ha invertido uno en ganarlos. Nada es gratis, y menos en una actividad tan competitiva como se ha vuelto hoy el tango. Claro, además está la suerte personal de cada uno, que va marcando otras cosas en la vida, marchas y contramarchas. Y también esta la habilidad para el marketing, la forma de vender ese producto que es uno mismo.
Así que he dejado de pensar si conviene ser local o visitante. Nada esta garantizado de ninguna manera. Lo único a lo que podemos apostar es a nosotros mismos.
Por ahora, por hoy, en este instante....Eso es lo que cuenta. El pasado paso y el futuro no nos pertenece....lo único real es el presente, este instante. Y hoy estoy acá. Y voy a bailar con todas mis fuerzas, con toda mi pasión, con todos los años de milongas que llevo sobre mis hombros, y con el siglo de tango que me llevó a estar hoy aquí. Bailar el mejor tango de mi vida, a cada instante
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